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Relatos Contra La Homofobia



"EL OLOR DE LA NARANJA AMARGA"



Este primer relato llamado "EL OLOR DE LA NARANJA AMARGA", nace como parte de una idea de recopilar ciertas experiencias, vivencias y herstorias -personales y politicas-, dónde confluyen diversos prismas y frentes, pero sobretodo dando a la homofobia o a la dominación heterosexual un papel relevante. ¿Cómo es la visión de esta sociedad y sus relaciones interpersonales desde el prisma de una persona que fue negada desde su formación de niñx por el hecho de manifestar o contradecir ciertos dogmas en torno a las atracciones, deseos y actitudes? ¿Podemos realmente ponernos en la piel de estas personas y sentir qué percepciones y sentires manifiestan lxs disidentes sexuales y del género en la cotidianidad de un mundo de opresiones, márgenes y "mal de ojos"?


Jonay es el protagonista de este relato, y lo situamos en uno de tantos días en los que tiene que intentar bregar economicamente en un mundo capitalista y colonizante. Jonay nace en Canarias, una de las poquisimas colonias vigentes de España actualmente pertenecientes a territorio Africano, pero tras su ruptura familiar emigra a españa. Mientras se esfuerza por combatir de la mejor forma que cree contra el sistema, siente que no sólo es un frente único y determinante. Si su brega trata de combatir lo injusto y lo opresor, también tiene que lidiar con un torrente de cuchillos que siente atravesarle cuando vive situaciones homófobas y machoriles. Vemos cómo en un sólo dia Jonay puede estar viviendo en sus carnes la paliza que recibió de su padre cuando descubrió sus afectos homosexuales a los 16 años, y la bárbara actitud de quién muestra miedo, ignorancia y repugnancia hacia nuevas nociones de relaciones en su dia de autoempleo en el mercadillo.


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Jonay salió del zaguán con la bici empujada por sus manos. Eran las cinco de la mañana, y hacía un frío que calaba hasta el fondo de sus huesos. Abrigada hasta las pestañas se disponía a recorrer como todos los jueves, el no corto trayecto de su casa hasta el centro de la ciudad.Las calles todavía olían a azahar y a naranja, a naranja amarga. Siempre pensó que qué mejor un olor amargo para una vida amarga. Ya, su casa no se vislumbrada vasi a penas detrás de él. Era una casa que había sido okupada ya en varias ocasiones. Se construyó una dinámica de pasarse la casa de unas a otras, pues era un barrio donde la gente era bastante política y siempre iban y venían.


Ya estaba justo a la mitad de camino hasta llegar a su destino: el mercadillo. El plan de Jonay era conseguir "perras" pa sobrevivir, y había elegido trabajar para ello, pero trabajar lo mínimo, pues venía de familia de campesinas y explotadas urbanas. Siempre pensó que de trabajar tanto su madre y su padre, él ya había nacido cansado. Su propuesta frente al sistema capitalista era trabajar lo mínimo, y tomar a cabo acciones que desajustaran los mecanismos en los que se basaba la economía capitalista. Le daba por pensar en muchas mientras llegaba al mercadillo. La verdad que tenía que madrugar bastante para llegar a tiempo al reparto de puestos para las trabajadoras. La lista se iba formando a medida que iban llegando las personas que querían vender ese día.


Ahí se encontraba Jonay, el número 35 en la fila, la gran mayoría hombres, o eso intentaban aparentar. Jonay no, al contrario, nunca había creído en patrones, ni en patrones de trabajo, ni en patrones de género. Justo ese mismo día se había pintado los ojos, de un color negro tan oscuro que parecía la ralla del horizonte entre el mar y la noche más cerrada. Ese color le recordaba al mar, nocturno. Aora vivía en la ciudad y no se podía escapar a la orilla como siempre lo pudo hacer, cuando necesitaba encontrar su soledad.


Ya llegaba a un punto, en que veía tantas cosas en esa espera a trabajar el rastro, que llevaba tiempo desmotivado. Que si el ambiente garrulo de machos, la no solidaridad entre la gente que esperaba por poder poner el puesto, las malas caras, el frío mañanero... Menos mal que con su gente, de su círculo de vida y cotidianidad, se sentía a gusto. Respiraba con ellas un aire de sinceridad, respeto y apoyo mutuo. Para él, la amistad siempre fue un concepto bastante importante. Se dice, que de siempre la amistad en el ámbito de la marginalización por cuestiones de sexualidad, identidad o otras exclusiones, jugó y juega un papel muy grande en la vida de estas personas. Jonay lo sintió desde siempre así. Cuando se pone a pensar sobre la amistad, vuelve al momento en que su familia lo echó de casa. Recuerda ese día como uno de los tragos más amargos de su vida.


Un día había invitado a su amigo Zeven a casa, pa ponerse a jugar a los videojuegos. Por aquel entonces tenían 16 y 18 respectivamente. No era mucho Jonay de malgastar su tiempo en videojuegos, pero claro, tenía que hacer cosas de chicos, para aparentar ser más hombre, más masculino. Él buscaba sus vías de escape y de liberación, por eso siempre elegía personajes mujeres en los juegos.


-Chacho, loco, ¿Otra vez eliges a Sindel?- le preguntó Zeven.

-Sí, bueno, es que las mujeres son más ágiles- contestaba Jonay siempre.


También hay que decir que el videojuego era el más cutre y obsoleto de toda la industria. Para sus madres, había sido un gran esfuerzo económico poder conseguirlo, pero ya casi no se hacían juegos para esa consola. Todos los amigos de Jonay ya tenían otras consolas mucho más avanzadas. A él le daba igual, porque era la excusa perfecta para invitar a su amigo a casa. Invitar a alguien a casa , era cosa rara en la cotidianidad de Jonay, más que nada porque siempre sintió vergüenza de su padre alcohólico. Como la mayoría de días llegaba a casa borracho y ármandola bien grande, para él era un impedimento estar tranquilo en casa y tener la seguridad de que podía invitar a sus amigxs al choso sin tener la presión de que en cualquier momento apareciese su padre drogado y acabase eso es gritos, golpes y amistades perdidas. Esa tarde estaban Jonay y Zeven en el cuarto del primero dándose leña a través del videojuego.


-Cómete esa -gritó Jonay- ¡nunca supiste lo bien que sabe la aguja de un tacón en tu boca!

-¡Me cago en todo!, no creo que me hayas ganao con una mujer, joder -replicó el otro.

-Tanto que hablas de chicas todo el raro, y qué poco sabes sobre ellas...

-¿Qué? -dijo Zeven con cara de no saber qué decir y cabreado.- Lo único que sé es que está toda buena la piba, aunque sea una animación.


Jonay vió cómo su amigo se acercaba la mano lentamente a la bragueta del pantalón corto. Para Jonay el tiempo parecía no pasar, estaba sumido en contemplar lo bonito de aquello para él. No sólo el hecho de que su amigo tenía la intención de masturbarse sino el cúmulo de toda la situación. Él le había hecho añicos a través del juego, "esta vez mujer mata a hombre" pensó. Y poco a poco iba analizando todo: cómo olía su amigo, un olor entre el sudor adolescente y desodorante barato; cómo le iban saliendo los pelos de la barba, como si fueran pintados a boli; cómo el futbol hacía que tuviera esos músculos marcados que tanto le gustaba a Jonay. Vió cómo Zeven introdujo primero el dedo pulgar y el índice su bragueta, y luego los demás, para finalmente sacarse la...


-¡Pump! -se oyó un portazo. Y justo entró el padre de Jonay, presenciando lo que iba a ocurrir.

-Pero...¿qué coño es esto? ¡Panda de maricones! Y en mi casa, no me lo puedo creer...¡Fuera!


Los chicos casi notan cómo sus cabezas explotan de la tensión y el susto. Acto seguido, el padre coge a su hijo y empieza a darle una paliza, aprovechando Zeven para irse corriendo a sus espaldas. Ahí mismo, el tiempo no parecía pasar tampoco. Lo malo es que el olor de su amigo se había convertido en olor a alcohol mezclado con tabaco negro, sus músculos se habían convertido en puños por cada rincón de su cuerpecito flaco, y la barba imberbe se había convertido en sangre, sangre que decoraba su cuarto, de tonos más claros a más oscuros.


Jonay sabía que después de la paliza, y la paliza de insultos y amenazas, su hogar había desaparecido y que cambios grandes venían. Sobretodo después del portazo del patriarca y el aviso de "No vuelvas nunca más a esta casa"...


Los años pasaron, y Jonay, después de haber vivido en casa de una tía lejana hasta los 18, aprendió a buscarse la vida y a lidiar con la realidad. Siempre fue una persona despierta que le despertaba el saber el porqué de las cosas. Leía y leía sobre sexualidad, sobre sexualidad, sobre capitalismo, sobre historia...cuánto más información más preparado se sentía para bregar la vida."El conocimiento es poder", era una frase que hacía suya muchas veces. Ya transcurridos varios años, Jonay había cosechado amistades por muchos sitios diferentes del país. Para él, la amistad era el antítodo frente al virus que implantaba la institución familiar y toda su violencia. En todos esos años intentó crear nuevas relaciones, que no fueran violentas entre sí, sin dominación de unas a otras. Todo lo contrario a su experiencia familiar.


"¿Existirán otros tipos de relaciones entre personas?", "¿Se podrán construir en base a ideas no autoritarias y de dominación?", "¿Por qué me siento siempre tan mal en este mundo, como si se me negara el espacio y la existencia?". Eran pensares suyos de toda la vida, que hoy en día, había resuelto, o al menos, algunas de esas preguntas."La verdad que siento amor y respeto por parte de mis nuevas familias", "juntas estamos destruyendo el viejo concepto heteropatriarcal cristiano occidental para construir nuevas formas de relacionarnos y vivir luchando contra todo lo impuesto que nos jode", "siento que pertenezco a una parte de sus corazones y ellas tienen sitio en el mío", seguía pensando mientras justo ya estaba frente a su puesto humilde del rastro, intentando sacarle unas monedas a la vida. Al lado suyo se encontraba uno de sus mejores amigo, uno de lxs miembrxs de su nueva familia. Se miraban, compartían sonrisas, alguna que otra cervecita fresca para refrescar el caluroso día que les esperaba, y así todas las mañanas del jueves de cada semana. A él le chiflaba el rastro, pues veía la realidad del día a día de la gente de calle, como él y sus compañerxs, no la vergonzosa realidad que se puede observar frente a un televisor, nada de eso. Aunque por un instante se sintió espectador frente a una situación inesperada. Justo delante suyo se encontraba Perenkén, el perro que acompañaba a su amigo siempre. Llevaba un rato dando vueltas sin parar, brincando cual tigre buscando a su presa. La situación les hacía gracia a Jonay y a su compañero, también porque sabían que Perenkén tenía ganas de meneo y no de bailar precisamente. Junto a él se encontraba otro chucho, también macho, siguiendole las pistas al otro. Así un buen rato, hasta que de pronto ocurrió. Una separación de diez centimetros de las patas delanteras de Perenkén con el suelo bastaron.


Podemos imaginarnos una cámara lenta en todo esta situación. Perenkén ya se había subido al otro perro y se disponía a penetrarlo. Jonay seguía viendo todo a cámara lenta, cómo todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo para ponerle interés a la montada canina.Justo en frente, a dos mesas a la izquierda estaba un hombre que no había conseguido vender ni una mijita, pero en ese momento le estaba despechando un adorno "denosepaqué" a una doña que se solía dejar las perras en el rastro todos los jueves. Pues el hombre, cuando se dió cuenta de que Perenkén le faltaba un minímetro para introdeucirle el rabo al otro, le tiró el adorno a la doña casi a la cara y se quedó pasmado mirando a los canes.


-¡Mira, Manuel!, a tu perro se lo están follando, ¡es un maricón!- gritó fuerte y alto por todo el mercadillo un hombre y se echó a reír estrepitosamente.

-¿Cómo?, ¡Me cago en mi santa madre puta!. ¡Tú, chucho, maricón, deja al Nino en paz!.¿De quién es este perro? !Me cago en dios!- y siguió echando pestes y molestando a todo el personal.


Jonay su amigo no se lo podían creer, "un desfase", pensaban ellos. A todo esto, se fue montando el bochinche y ya era algo contagiado. La gente no paraba de reir y de señalar a los perros, también explicando el juego, por si nadie lo había comprendido.


-Mira Manuel, tu perro va a cagar de lo lindo despues de esto.

-Ja,ja,ja, sí , Manuel, ¡y de tal palo tal astilla, eso dicen!


A lo que enseguida dió un salto, tumbando incluso la mesa de su puesto, y se fue a por los perros. Jaló por Nino e intentó darle una patada a Perenkén. El amigo de Jonay reaccionó y le gritó a Manuel llegando casi a darle un bombazo en el pecho. A todo esto, la cabeza de Jonay seguía yendo a cámara lenta. Percibía voces gritando de fondo, risas también, oía insultos en todos las modalidades, gestos de vergüenza... Jonay se había teletransportado a su cuarto, diez años atrás, cuando la homofobia le tenía contra las cuerdas en su propia casa. Le recorría la misma sensación, como el sonido inquietante de un violín sin parar de ser tocado, así de inquietante. Se notaba el cuerpo paralizado por el miedo y la vergüenza. Y eso que él era un chico que se había trabajado mucho su identidad y sus luchas. Pero habían veces que le superaban. Sentía su corazón cual reloj de bomba a punto de estallar, lo que pensó en arrancárselo y metérselo en el culo a aquel hombre, que tanto le molestaba el tema anal, y volarlo por los aires.


-¡Mariconadas las justas! - gritó Manuel ya con su perro en brazos y volviendo a Jonay a pisar los adoquines de la calle del rastro.-Y ata a tu perro, ¡que está muy suelto!

-¡A ti es el que hay que atar, machote, que eres un homófobo de mierda! - reaccionó ya Jonay, con un sentimiento entre impotencia, rabia y nerviosismo.

-¿Un qué?, anda niño, llévate el perro o llamo a la policía.


La frase mágica no tardó en aparecer. Viendo que todo volvía a la "normalidad" poco a poco casi con carácter de ignorarles, allí no había pasado nada. Aprovecharon que Perenkén se había ido y decidieron quedarse vendiendo hasta que fueran las dos de la tarde, que ya casi no quedaba nada. Esas dos horas parecían no pasar nunca.A jonay le estaba costando llevar la mañana, pues una situación como esa, o a cualquier grado de violencia, en torno a tu identidad sexual. le dejaba agotado, sumergido en una burbuja de recuerdos, dolores y tristeza. Su amigo, que ya sabía cómo era la mirada de Jonay cuando estaba sufriendo, le puso la mano en el cuello, se acercó y le dió un beso en el cachete.


-Algo haremos, tío - le dijo- tú no te preocupes.


Cuando recibió el beso, Jonay se sintió observado, más bien, vigilado; esa era la palabra adecuada. Miró a varios lados y vió cómo cuchicheaban los hombres de enfrente. Siempre pensó que no sólo la policía y los demás uniformados poseían el monopolio de la vigilancia.Jonay siempre fue una persona que se sintió vigilada, vigilada sobretodo por su manera particular de amar y desear, y de comportarse. Desde pequeño le persiguió la policía, la policía del género. Y ahora el enemigo había cogido forma humana y se había armado de porras y pistolas, de gases y grilletes.


Bici en mano, ya solo, Jonay andaba atravesando el mercadillo, haciéndose hueco entre la marabunta de la gente que todavía caminaba y miraba puestos. Él torcía la cabeza de un lado a otro, casi sin observar bien qué estaba viendo en ese momento. De repente se queda parado y piensa "no puede ser". Tenía frente suyo un puesto de cosas viejas e inservibles casi. Jonay se había topado con el juego que hacía años había tumbado a su amigo Zeven en su extrañada casa natal. Le surgió una sonrisa con aires tristes y melancólicos. Se metió la mano en el bolsillo y sacó tres monedas, justo lo que había conseguido sacar esa mañanita turbia. Miró a la chica del puesto y le señaló el videojuego.Al hacer el intercambio, Jonay pensó en que un vecino suyo tenía guardada aquella consola obsoleta en su azotea. pues compartían cuarto-trastero en el edificio. Cogió el juego, lo observó bien y un aire le recorrió el cuerpo.Le dió la sensación de estar oliendo a su colega Zeven. Sonrió tímidamente y pensó: "al menos hoy no me voy a ir acostar sin antes ponerme los tacones violetas y hacerle un Fatality a Strike, el machote madero".




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